Su alergia al síndrome claustrofóbico
se hizo evidente con escozor
en sus penumbras de murciélago.
Picazón y miedo en medio del proceso,
no ayudó realmente a resolver el problema,
y fue necesario un ejército obrero
de agentes patógenos
con equipo anti-contaminación atmosférica.
O más bien, un médico, o un cirujano,
capaz de extraer
todo síntoma anteriormente detallado
y posteriormente suscitado,
a repeticiones,
con malevosidad alevosa.
Y entonces, devino lo peor:
el remedio fue peor que la enfermedad
y así no hubo médico alguno,
ni ejército ni nada
que pudiera sacarle
el hechizo circunspecto y abarrotado
en su más pulcro interior.
28/1/09
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