Ella baila sola y surca la pista.
Con sus movimientos repite sonidos.
Dibuja circuitos estelares
e hipnotiza con su marcha hasta estremecer.
Sugiere silencios en sus coordenadas
enmudece miradas con sugestión.
Ella quiere imaginar sentidos complacidos
con seguridad diluye diapasones.
Y hasta se imagina quebrar corazones con tirabuzones.
Sus fans impresionados
se mimetizan con sus botas rojas
que trazan danzantes
las pistas rítmicas
y su integración.
Es su movimiento
el que perdura intacto,
el que desfigura y vuelve a dibujar,
a trazar con impacto de happening airoso,
el que modifica y deja estupefacto,
el que mimetiza y transforma pensamientos,
el que es capaz de apaciguar las diferencias.
Y siempre se asemeja
al ya conocido incauto
y preciso momento de gloria,
cuando el sexo opuesto respira en su nuca
y ella se niega a ser un objeto,
y así el sujeto interfiere y predica
y un cuerdo adjetivo se tensa
y la cuerda se afloja y se desmorona
y pasa el que sigue
y ella sigue surcando la pista con sus botas rojas
y sus movimientos perfectos coordinan un ser increíble
que mece la cuna de la canción.
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